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jueves, 11 de agosto de 2011

HISTORIA DE UN RECEPTOR CONTADA POR ÉL MISMO

Sent: Wednesday, April 05, 2006 2:10  PM
Subject: [LU_CHAT] UNA RADIO QUE  HABLA...cuentito...

Historia  de un receptor contada por él mismo


Salvador Saura López
15/03/2000
                              
En primer lugar, permítanme que me  presente. Mi nombre completo, como figura en los grandes tratados  técnicos que sobre mí se han escrito es el de Receptor de  Radiodifusión Sonora, aunque a lo largo de mi ya dilatada  existencia, mis seres más cercanos, mis queridos oyentes, me llaman  Radio, simplemente Radio.

Nací hace ahora casi cien años  y fíjense ustedes lo que son las cosas: estaba destinado a ser algo  parecido a un teléfono móvil, ¡un simple móvil! ¿no les parece una  vulgaridad?; afortunadamente para mi, las cosas cambiaron, y ya ven  hasta donde he llegado.

Receptor de Válvulas
Pero, vayamos por  partes:

Todo comenzó cuando unos cuantos locos de la ciencia, se  empeñaron en diseñar un telégrafo que no necesitase del empleo de cables  para recibir los puntos y rayas del código Morse desde lugares muy  distantes, e incluso desde la mar. Y lo lograron, si señor; llamaron al  invento telégrafo inalámbrico o algo así.

Pero no se conformaron  con eso: los cerebros bienpensantes, siguieron bienpensando (que para  eso están) y se dijeron: si somos capaces de transmitir puntos y rayas  ¿no podríamos hacer lo mismo con sonidos?. Dicho y hecho: se pusieron  manos a la obra, pues el teléfono - que ya estaba inventado - mire usted  por donde, también necesitaba en aquél entonces del dichoso cable para  unir entre si a los interlocutores: si se lograba transmitir sonidos en  dos direcciones a través del éter (otro engaño al que nos han sometido  desde siempre: “el éter es un camelo” recuerdo haber escuchado alguna  vez a un viejo profesor de Física, llamado D. Francisco Pérez Illán:  “hay que hablar del espacio”) el problema estaba resuelto; y lo  resolvieron, si señor. Pero la cosa no quedó ahí, no.

El teléfono  -con hilos o sin hilos- permitía la comunicación entre dos personas,  pero....¿y si diseñásemos un sistema que logre que una voz o sonido sea  escuchado a distancia por muchísimas personas a la vez?. Ahí es cuando  aparezco yo, el penúltimo eslabón de lo que los comunicadores (otros  sesudos pensadores, de los que está lleno este mundo nuestro) llaman  cadena comunicativa, de la que usted, mi querido oyente, es el  destinatario desde aquél día en el que, como decían aquellas antiguas  campañas publicitarias, “puso una radio en su vida para tener alegría en  su hogar”.

En un principio, mis circuitos, mis tripas (¡cuántas  veces he sentido la acción dañina de los destripadores que aprendieron
a  mi costa!) o, puestos a ser modernos, mi hardware que dirían los  informáticos (¡otros que tal bailan!), eran muy sencillos
 y sobre todo  ecológicos.

Sí, mi querido oyente-lector, ha leído usted bien,  he dicho ecológicos: fíjese que una simple bobina de hilo de cobre, unos 
auriculares y una piedra de galena eran suficientes para llevar a  cualquier rincón los sonidos que se producían a montones de
kilómetros... y todo ello sin consumir energía eléctrica alguna. Me  llamaron entonces Radio de Galena y, para variar, los
íntimos lo dejaron  simplemente en Galena.

Receptor de GalenaPonerme en marcha en  aquellos años era divertidísimo, pues era necesario ir tocando una  piedrecita de galena
con una especie de aguja (que a veces parecía un  bigote de gato) hasta lograr escuchar algo a través de unos auriculares  negros,
como esos que seguramente habrá visto en alguna película  antigua, puestos en forma de cofia en la cabeza de las operadoras
de  teléfonos.

Imagínese la escena: plano general de una mesa de  comedor, en torno a la cual seis personas, con sus respectivos  auriculares puestos, en absoluto silencio, observan los manejos del  “experto” que pinchaba mi piedra de galena, hasta que de repente, todos  como sobresaltados soltaban un ¡ya, ya! y se quedaban nuevamente  callados, pero ahora escuchando músicas y noticias llegadas desde muy  lejos. Eran los años veinte. Ha pasado mucho agua por debajo de los  puentes desde entonces, aunque hay que reconocer que últimamente, con  eso de la sequía, un poquito menos.Pero las ciencias adelantaban que era  una barbaridad (¡cuántas veces habrán vibrado los conos de mis altavoces  y las membranas de mis auriculares con la voz de D. Miguel Ligero  interpretando a D. Hilarión en La Verbena de la Paloma cantando eso  mismo).

Y llegaron las válvulas termoiónicas, las lámparas para  entendernos, que aparte de poner un poco de calor en mi interior,  permitieron escuchar mas alto y más claro aquellas voces que llegaban  desde tan lejos. Los auriculares se sustituyeron por una especie de  trompetas o bocinas que permitían escuchar las emisiones en toda la  habitación, sin emplear las antiestéticas cofias de auriculares. La  galena desapareció, y para sintonizar bastaba con girar unos sencillos  botones de mando. Mis circuitos se alimentaban con baterías llenas de un  líquido ácido que lo ponía todo perdido y que había que recargar  periódicamente. Nuevo problema que hubo de ser  resuelto.
                Radio con altavoz de bocinaLa solución llegó  con la implantación progresiva de la red eléctrica de alumbrado, que  permitió que un simple cable eléctrico me suministrase la energía  necesaria para ponerme en funcionamiento; en el campo y en zonas en las  que aún no había corriente eléctrica, me alimentaban con pilas y  baterías cada vez más modernas.
               
                A todo esto, yo no era más que  una serie de lámparas y botones puestos en una caja de madera. Cualquier  relación con los conceptos estéticos no pasaba de la pura y mera  coincidencia; vamos que tenía pinta de artefacto. Menos mal que alguien  pensó en ello, y así comenzaron a diseñarme muebles en los cuales  ubicaron mis componentes.
                Con el fin de no romper con la pana, los  primeros diseñadores, muy conservadores ellos, se basaron en la estética  de mi abuelo el gramófono - al fin y al cabo, yo era algo similar: tenía  un sistema que captaba sonidos (como la cápsula del gramófono) y otro  que los reproducía (un altavoz que entonces tenía forma de bocina, como  el gramófono).
               
                Pero las cosas poco a poco fueron cambiando:  empezaron por ocultar mis válvulas, encerrando mis entrañas en un arcón  - que hasta tenía llave - de madera o de otros materiales duros. Sin  embargo la bocina, modernizada poco a poco hasta transformarla en un  altavoz muy parecido a los de hoy en día, se colocaba aparte, como un  baffle de un equipo HIFI actual.
               
                Ya en los años treinta, mi  altavoz se incorporó al mismo mueble que el resto de mis componentes,  aprovechando de esta forma las propiedades acústicas del recinto, que  mejoraban considerablemente la audición. Para que el sonido pasase  libremente, y a la vez el polvo no penetrase en exceso, el hueco del  altavoz lo recubrieron con una tela acústica muy poco absorbente del  sonido, con diseños especiales para las principales marcas (por cierto,  hay quien habla de la radio de cretona al referirse a mi, y he de decir  en mi defensa que la tela que recubría mis altavoces jamás fue de  cretona, entre otras cosas porque ese tipo de tela, al ser muy tupida,  no deja pasar libremente el sonido a su través).
                Para decorar mis  muebles se emplearon todo tipo de lacas y barnices, embellecedores  dorados y plateados, luces que iluminaban la escala graduada en la que  se sintonizaban las distintas emisoras... El mueble adquiría las formas  más variadas: rectangular, en forma de lápida (¡hace falta valor!), de  arco románico o gótico (de capilla me llamaron entonces), cuadrada o de  otras formas mas complicadas. Incluso los americanos, que son muy suyos,  diseñaron una caja con la figura del ratón Mickey, o del Empire  State.
               
                A mis oyentes de antes les gustaba, como a ustedes,  navegar (¿no les dije que estoy al tanto de todas las modernidades?) por  los caminos de la radio; para ello empleaban una aguja que se desplazaba  o giraba sobre un cristal iluminado, que llamaron dial sombre el cual  aparecían los nombres de las distintas estaciones mundiales.
               
                Los  sesudos del momento les llamaron escalas parlantes y les permitían soñar  que esa música o esa voz que escuchaban, casi siempre de noche, que  procedía de París, Hannover, Milán, Andorra... e incluso aquella voz  que, supuestamente desde los Pirineos, nos traía noticias de una España  entonces inmersa en plena posguerra: le llamaban La Pirenaica aunque en  realidad emitía desde muy lejos, Moscú y posteriormente Bucarest: Radio  España Independiente.
               
                En los años cuarenta  y cincuenta, viví mi época de esplendor. Mis circuitos se  perfeccionaron, pues con tanta emisora resultaba difícil separar una de  otra, y la técnica tuvo que hacer su labor. Mis primitivos diseños,  aunque me de cierta vergüenza reconocerlo, producían ruidos y silbidos  en demasiadas ocasiones; pero eso no es lo peor: esos sonidos se colaban  en el receptor de los vecinos e interferían su propia recepción:  “¡Vecino, que se me cuela la reacción en mi radio!” gritaban por el  patio de luces.
               
                Sí, la reacción o retroalimentación era el  principio en el que se basaba mi funcionamiento y tenía ciertos  inconvenientes. En la carrera hacia la consecución de circuitos más  perfectos participaron las más importantes marcas internacionales: dos  quedaron como finalistas: el sistema de radiofrecuencia sintonizada o  superinductancia y el superheterodino que resultó ser el  ganador.
               
                Las estaciones que yo recibía en aquellos años emitían  en Europa en las bandas de Onda Larga, Onda Media, y Onda Corta. Eran  emisiones con suficiente alcance, pero tenían un problema: la calidad  musical que ofrecían era escasa. Ello supuso dar un nuevo paso en el  campo de la técnica, pero casi fue un paso atrás, con el fin de  recuperar un sistema de transmisión que ya estaba inventado, pero en  desuso: la modulación de frecuencia, la FM. Eran los últimos años de la  década de los cincuenta, y algo importante estaba a punto de ocurrir.  Pero antes de seguir, tomémonos un respiro y recapacitemos un  poquito:
               
                Hasta ese momento, mi aspecto y mi hardware se habían  diversificado: me adapté a los automóviles, convirtiéndome de esta  manera en fiel compañero de viaje ¡Y no era nada fácil lograr que me  escucharan con claridad dentro de aquellos grandes y ruidosos coches!.  También me hice portátil, aunque ahora, desde la perspectiva que me dan  los años, no puedo por menos que esbozar una sonrisa recordando aquellos  pesados armatostes, que eran portátiles porque simplemente les pusieron  un asa de transporte y en ocasiones una tapa protectora.
Poco a poco mi tamaño se redujo y pude acoplarme a otros  lugares más próximos a usted, estimado oyente: empecé a ocupar un sitio en su  mesita de noche y en la cocina (¡no se puede ni imaginar como se acumulaba la  grasa en mi interior!. Pero aquello, lejos de ser perjudicial, actuaba como  conservante y protector de mi estructura); parece increíble como podía llevar  mis cinco válvulas de rigor en un espacio tan reducido. Algunos manitas, me  conectaban al somier para poder recibir más emisoras, y eso le dio alguna que  otra sorpresa en forma de descarga eléctrica a más de uno, me  consta.

Por otra parte, mi fabricación en serie sufrió una importante  modificación en esos años: la madera, componente principal del mueble que me  contenía, comenzó a ser sustituida por una pasta oscura, dura, moldeable y  resistente al calor llamada baquelita.
De esa manera, mediante un sencillo moldeado, era posible  obtener receptores clónicos, pues si se da usted cuenta, no hay dos aparatos  de madera idénticos: varía el tono del barniz, el dibujo de la madera...pero  con las baquelitas, todo era diferente. Además, las baquelitas se podían  pintar y mi aspecto se adaptó a los nuevos tiempos.
Así estaban las cosas, cuando se pusieron en marcha las  estaciones que emitían en Modulación de Frecuencia, o FM’s que es como seguro  usted las conoce. Claro está, a mi eso me pilló por sorpresa, pues mis  circuitos de entonces no permitían recibir tales estaciones (ya verá usted,  ya, como este proceso se volverá a repetir dentro de unos años).
Los bolsillos no estaban como para renovar el parque de  receptores preexistente en nuestro país, por lo que en un principio, antes que  se dictasen normas que obligaban a que los nuevos receptores ya estuviésemos  adaptados para la recepción de estaciones en Modulación de Frecuencia,  fabricaron un aparatito auxiliar que llamaron fremodino (una pequeña radio que  solo servía para sintonizar la FM) y que, debidamente conectado a mis  circuitos, permitía escuchar por mi altavoz dichas emisiones.
Pasaron unos años, estábamos ya en los últimos años  cincuenta, cuando se produjo un descubrimiento importantísimo que iba a  revolucionar el mundo de la electrónica, y con él mi tecnología: nació el  transistor: Un dispositivo de muy pequeño tamaño, capaz de realizar las mismas  funciones que mis válvulas, pero en frío y con un consumo de corriente muy  bajo. En pocos años, en los primeros sesenta, ya circulaban por todo el país  los primeros receptores transistorizados, los transistores, tan pequeños que  podían llevarse incluso en el bolsillo.
Transistor
Funcionaban con  pilas, de voltaje distinto según el tamaño del aparato y tenían un sonido  característico, muy distinto al que producían las válvulas, pero aceptable  para el fin con el que se diseñaron: ahora si que podía ir contigo dondequiera  que tu fueses: de paseo, al fútbol (para escuchar los resultados de los demás  partidos mientras veías jugar a tu equipo favorito), en tu maleta cuando  salías de viaje o en tu mesa de estudio.
Los transistores se incorporaron a mi hardware: comenzaron a  fabricarme en todos los tamaños imaginables, capaces de funcionar con red o  con pilas, con conexión para auriculares con el fin de no molestar a los  vecinos mientras me escuchaban... pero la revolución estaba en marcha, y había  que seguir adaptándose a los tiempos. Aunque mi futuro como aparato de  válvulas estaba cerca, proseguía la fabricación de aparatos de válvulas, pues  la calidad del sonido que producíamos era muy superior al de los  transistores... pero con el fin de la década de los sesenta, mis circuitos  perdieron su calor al ser reemplazadas definitivamente por los fríos  transistores.
A todo esto, la televisión ya me había desplazado de mi  sitio preferente en el cuarto de estar y se había descubierto ya la grabadora  de cintas de casette. Por ello, rápidamente incorporaron una grabadora de  cintas de casette a mi estructura, y nació el radio casette grabador que para  variar, se llamó popularmente radiocasette y adoptó todas las formas habidas y  por haber: diseñaron modelos para los automóviles, otros con altavoces  separables para escuchar mejor las transmisiones y grabaciones estereofónicas,  miniaturas para que me llevasen colgado del cinturón, el walkman que ya  conocen; mis circuitos se perfeccionaron, el dial se transformó en digital y  cobró vida propia, pues la transmisión en Frecuencia Modulada permitió que le  enviasen mensajes escritos desde la emisora: la hora, la temperatura,  eslóganes, nombre de la estación... mediante el Radio Data System o  RDS.

Radio DigitalTambién los  reproductores de discos compactos, los minidisc y los reproductores MP3 se  incorporaron a mi estructura, estructura de la cual yo solo soy una parte,  pero esencial, ya que soy la única que funciona por libre; no necesito discos  ni cintas para acompañarle con mi sonido, como antes, como siempre. 

Estaba en marcha, llevándole las últimas noticias el pasado día ocho  de Marzo, cuando poco después del mediodía, mis circuitos se sobresaltaron con  una información que me afectaba más que directamente: se acababan de otorgar  las primeras licencias para la nueva radiodifusión digital, del Digital Audio  Broadcasting o DAB.
De nuevo me sentí vivo; ahora, de nuevo, tendrán que  adaptar todos mis circuitos para permitirle a usted, amigo oyente, sintonizar  con las nuevas estaciones; dicen que durante un periodo largo de tiempo, aún  continuaré con mis queridas bandas de AM y FM... aunque creo que este es el  principio de su fin.

El futuro, mi futuro, acaba de llegar, pero lejos  de ser negro, tiene excelentes perspectivas. Ahora tendrá usted que ser quien  se adapte a los nuevos tiempos. Habrá que reemplazar la aguja del dial por  esos extraños menús interactivos, como los de las webs de Internet, para  escuchar lo que desee en cada momento: ahora seré para usted una radio a la  carta, y seguiré, como siempre, a su lado, sin pedirle, como siempre, nada a  cambio.

http://www.enantenafm.net/articulos/historiareceptor.php

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