Sent: Wednesday, April 05, 2006 2:10 PM
Subject: [LU_CHAT] UNA RADIO QUE HABLA...cuentito...
Historia de un receptor contada por él mismo
Salvador Saura López
15/03/2000
En primer lugar, permítanme que me presente. Mi nombre completo, como figura en los grandes tratados técnicos que sobre mí se han escrito es el de Receptor de Radiodifusión Sonora, aunque a lo largo de mi ya dilatada existencia, mis seres más cercanos, mis queridos oyentes, me llaman Radio, simplemente Radio.
Nací hace ahora casi cien años y fíjense ustedes lo que son las cosas: estaba destinado a ser algo parecido a un teléfono móvil, ¡un simple móvil! ¿no les parece una vulgaridad?; afortunadamente para mi, las cosas cambiaron, y ya ven hasta donde he llegado.
Receptor de Válvulas
Pero, vayamos por partes:
Todo comenzó cuando unos cuantos locos de la ciencia, se empeñaron en diseñar un telégrafo que no necesitase del empleo de cables para recibir los puntos y rayas del código Morse desde lugares muy distantes, e incluso desde la mar. Y lo lograron, si señor; llamaron al invento telégrafo inalámbrico o algo así.
Pero no se conformaron con eso: los cerebros bienpensantes, siguieron bienpensando (que para eso están) y se dijeron: si somos capaces de transmitir puntos y rayas ¿no podríamos hacer lo mismo con sonidos?. Dicho y hecho: se pusieron manos a la obra, pues el teléfono - que ya estaba inventado - mire usted por donde, también necesitaba en aquél entonces del dichoso cable para unir entre si a los interlocutores: si se lograba transmitir sonidos en dos direcciones a través del éter (otro engaño al que nos han sometido desde siempre: “el éter es un camelo” recuerdo haber escuchado alguna vez a un viejo profesor de Física, llamado D. Francisco Pérez Illán: “hay que hablar del espacio”) el problema estaba resuelto; y lo resolvieron, si señor. Pero la cosa no quedó ahí, no.
El teléfono -con hilos o sin hilos- permitía la comunicación entre dos personas, pero....¿y si diseñásemos un sistema que logre que una voz o sonido sea escuchado a distancia por muchísimas personas a la vez?. Ahí es cuando aparezco yo, el penúltimo eslabón de lo que los comunicadores (otros sesudos pensadores, de los que está lleno este mundo nuestro) llaman cadena comunicativa, de la que usted, mi querido oyente, es el destinatario desde aquél día en el que, como decían aquellas antiguas campañas publicitarias, “puso una radio en su vida para tener alegría en su hogar”.
En un principio, mis circuitos, mis tripas (¡cuántas veces he sentido la acción dañina de los destripadores que aprendieron
a mi costa!) o, puestos a ser modernos, mi hardware que dirían los informáticos (¡otros que tal bailan!), eran muy sencillos
y sobre todo ecológicos.
Sí, mi querido oyente-lector, ha leído usted bien, he dicho ecológicos: fíjese que una simple bobina de hilo de cobre, unos
auriculares y una piedra de galena eran suficientes para llevar a cualquier rincón los sonidos que se producían a montones de
kilómetros... y todo ello sin consumir energía eléctrica alguna. Me llamaron entonces Radio de Galena y, para variar, los
íntimos lo dejaron simplemente en Galena.
Receptor de GalenaPonerme en marcha en aquellos años era divertidísimo, pues era necesario ir tocando una piedrecita de galena
con una especie de aguja (que a veces parecía un bigote de gato) hasta lograr escuchar algo a través de unos auriculares negros,
como esos que seguramente habrá visto en alguna película antigua, puestos en forma de cofia en la cabeza de las operadoras
de teléfonos.
Imagínese la escena: plano general de una mesa de comedor, en torno a la cual seis personas, con sus respectivos auriculares puestos, en absoluto silencio, observan los manejos del “experto” que pinchaba mi piedra de galena, hasta que de repente, todos como sobresaltados soltaban un ¡ya, ya! y se quedaban nuevamente callados, pero ahora escuchando músicas y noticias llegadas desde muy lejos. Eran los años veinte. Ha pasado mucho agua por debajo de los puentes desde entonces, aunque hay que reconocer que últimamente, con eso de la sequía, un poquito menos.Pero las ciencias adelantaban que era una barbaridad (¡cuántas veces habrán vibrado los conos de mis altavoces y las membranas de mis auriculares con la voz de D. Miguel Ligero interpretando a D. Hilarión en La Verbena de la Paloma cantando eso mismo).
Y llegaron las válvulas termoiónicas, las lámparas para entendernos, que aparte de poner un poco de calor en mi interior, permitieron escuchar mas alto y más claro aquellas voces que llegaban desde tan lejos. Los auriculares se sustituyeron por una especie de trompetas o bocinas que permitían escuchar las emisiones en toda la habitación, sin emplear las antiestéticas cofias de auriculares. La galena desapareció, y para sintonizar bastaba con girar unos sencillos botones de mando. Mis circuitos se alimentaban con baterías llenas de un líquido ácido que lo ponía todo perdido y que había que recargar periódicamente. Nuevo problema que hubo de ser resuelto.
Radio con altavoz de bocinaLa solución llegó con la implantación progresiva de la red eléctrica de alumbrado, que permitió que un simple cable eléctrico me suministrase la energía necesaria para ponerme en funcionamiento; en el campo y en zonas en las que aún no había corriente eléctrica, me alimentaban con pilas y baterías cada vez más modernas.
A todo esto, yo no era más que una serie de lámparas y botones puestos en una caja de madera. Cualquier relación con los conceptos estéticos no pasaba de la pura y mera coincidencia; vamos que tenía pinta de artefacto. Menos mal que alguien pensó en ello, y así comenzaron a diseñarme muebles en los cuales ubicaron mis componentes.
Con el fin de no romper con la pana, los primeros diseñadores, muy conservadores ellos, se basaron en la estética de mi abuelo el gramófono - al fin y al cabo, yo era algo similar: tenía un sistema que captaba sonidos (como la cápsula del gramófono) y otro que los reproducía (un altavoz que entonces tenía forma de bocina, como el gramófono).
Pero las cosas poco a poco fueron cambiando: empezaron por ocultar mis válvulas, encerrando mis entrañas en un arcón - que hasta tenía llave - de madera o de otros materiales duros. Sin embargo la bocina, modernizada poco a poco hasta transformarla en un altavoz muy parecido a los de hoy en día, se colocaba aparte, como un baffle de un equipo HIFI actual.
Ya en los años treinta, mi altavoz se incorporó al mismo mueble que el resto de mis componentes, aprovechando de esta forma las propiedades acústicas del recinto, que mejoraban considerablemente la audición. Para que el sonido pasase libremente, y a la vez el polvo no penetrase en exceso, el hueco del altavoz lo recubrieron con una tela acústica muy poco absorbente del sonido, con diseños especiales para las principales marcas (por cierto, hay quien habla de la radio de cretona al referirse a mi, y he de decir en mi defensa que la tela que recubría mis altavoces jamás fue de cretona, entre otras cosas porque ese tipo de tela, al ser muy tupida, no deja pasar libremente el sonido a su través).
Para decorar mis muebles se emplearon todo tipo de lacas y barnices, embellecedores dorados y plateados, luces que iluminaban la escala graduada en la que se sintonizaban las distintas emisoras... El mueble adquiría las formas más variadas: rectangular, en forma de lápida (¡hace falta valor!), de arco románico o gótico (de capilla me llamaron entonces), cuadrada o de otras formas mas complicadas. Incluso los americanos, que son muy suyos, diseñaron una caja con la figura del ratón Mickey, o del Empire State.
A mis oyentes de antes les gustaba, como a ustedes, navegar (¿no les dije que estoy al tanto de todas las modernidades?) por los caminos de la radio; para ello empleaban una aguja que se desplazaba o giraba sobre un cristal iluminado, que llamaron dial sombre el cual aparecían los nombres de las distintas estaciones mundiales.
Los sesudos del momento les llamaron escalas parlantes y les permitían soñar que esa música o esa voz que escuchaban, casi siempre de noche, que procedía de París, Hannover, Milán, Andorra... e incluso aquella voz que, supuestamente desde los Pirineos, nos traía noticias de una España entonces inmersa en plena posguerra: le llamaban La Pirenaica aunque en realidad emitía desde muy lejos, Moscú y posteriormente Bucarest: Radio España Independiente.
En los años cuarenta y cincuenta, viví mi época de esplendor. Mis circuitos se perfeccionaron, pues con tanta emisora resultaba difícil separar una de otra, y la técnica tuvo que hacer su labor. Mis primitivos diseños, aunque me de cierta vergüenza reconocerlo, producían ruidos y silbidos en demasiadas ocasiones; pero eso no es lo peor: esos sonidos se colaban en el receptor de los vecinos e interferían su propia recepción: “¡Vecino, que se me cuela la reacción en mi radio!” gritaban por el patio de luces.
Sí, la reacción o retroalimentación era el principio en el que se basaba mi funcionamiento y tenía ciertos inconvenientes. En la carrera hacia la consecución de circuitos más perfectos participaron las más importantes marcas internacionales: dos quedaron como finalistas: el sistema de radiofrecuencia sintonizada o superinductancia y el superheterodino que resultó ser el ganador.
Las estaciones que yo recibía en aquellos años emitían en Europa en las bandas de Onda Larga, Onda Media, y Onda Corta. Eran emisiones con suficiente alcance, pero tenían un problema: la calidad musical que ofrecían era escasa. Ello supuso dar un nuevo paso en el campo de la técnica, pero casi fue un paso atrás, con el fin de recuperar un sistema de transmisión que ya estaba inventado, pero en desuso: la modulación de frecuencia, la FM. Eran los últimos años de la década de los cincuenta, y algo importante estaba a punto de ocurrir. Pero antes de seguir, tomémonos un respiro y recapacitemos un poquito:
Hasta ese momento, mi aspecto y mi hardware se habían diversificado: me adapté a los automóviles, convirtiéndome de esta manera en fiel compañero de viaje ¡Y no era nada fácil lograr que me escucharan con claridad dentro de aquellos grandes y ruidosos coches!. También me hice portátil, aunque ahora, desde la perspectiva que me dan los años, no puedo por menos que esbozar una sonrisa recordando aquellos pesados armatostes, que eran portátiles porque simplemente les pusieron un asa de transporte y en ocasiones una tapa protectora.
Poco a poco mi tamaño se redujo y pude acoplarme a otros lugares más próximos a usted, estimado oyente: empecé a ocupar un sitio en su mesita de noche y en la cocina (¡no se puede ni imaginar como se acumulaba la grasa en mi interior!. Pero aquello, lejos de ser perjudicial, actuaba como conservante y protector de mi estructura); parece increíble como podía llevar mis cinco válvulas de rigor en un espacio tan reducido. Algunos manitas, me conectaban al somier para poder recibir más emisoras, y eso le dio alguna que otra sorpresa en forma de descarga eléctrica a más de uno, me consta.
Por otra parte, mi fabricación en serie sufrió una importante modificación en esos años: la madera, componente principal del mueble que me contenía, comenzó a ser sustituida por una pasta oscura, dura, moldeable y resistente al calor llamada baquelita.
De esa manera, mediante un sencillo moldeado, era posible obtener receptores clónicos, pues si se da usted cuenta, no hay dos aparatos de madera idénticos: varía el tono del barniz, el dibujo de la madera...pero con las baquelitas, todo era diferente. Además, las baquelitas se podían pintar y mi aspecto se adaptó a los nuevos tiempos.
Así estaban las cosas, cuando se pusieron en marcha las estaciones que emitían en Modulación de Frecuencia, o FM’s que es como seguro usted las conoce. Claro está, a mi eso me pilló por sorpresa, pues mis circuitos de entonces no permitían recibir tales estaciones (ya verá usted, ya, como este proceso se volverá a repetir dentro de unos años).
Los bolsillos no estaban como para renovar el parque de receptores preexistente en nuestro país, por lo que en un principio, antes que se dictasen normas que obligaban a que los nuevos receptores ya estuviésemos adaptados para la recepción de estaciones en Modulación de Frecuencia, fabricaron un aparatito auxiliar que llamaron fremodino (una pequeña radio que solo servía para sintonizar la FM) y que, debidamente conectado a mis circuitos, permitía escuchar por mi altavoz dichas emisiones.
Pasaron unos años, estábamos ya en los últimos años cincuenta, cuando se produjo un descubrimiento importantísimo que iba a revolucionar el mundo de la electrónica, y con él mi tecnología: nació el transistor: Un dispositivo de muy pequeño tamaño, capaz de realizar las mismas funciones que mis válvulas, pero en frío y con un consumo de corriente muy bajo. En pocos años, en los primeros sesenta, ya circulaban por todo el país los primeros receptores transistorizados, los transistores, tan pequeños que podían llevarse incluso en el bolsillo.
Transistor
Funcionaban con pilas, de voltaje distinto según el tamaño del aparato y tenían un sonido característico, muy distinto al que producían las válvulas, pero aceptable para el fin con el que se diseñaron: ahora si que podía ir contigo dondequiera que tu fueses: de paseo, al fútbol (para escuchar los resultados de los demás partidos mientras veías jugar a tu equipo favorito), en tu maleta cuando salías de viaje o en tu mesa de estudio.
Los transistores se incorporaron a mi hardware: comenzaron a fabricarme en todos los tamaños imaginables, capaces de funcionar con red o con pilas, con conexión para auriculares con el fin de no molestar a los vecinos mientras me escuchaban... pero la revolución estaba en marcha, y había que seguir adaptándose a los tiempos. Aunque mi futuro como aparato de válvulas estaba cerca, proseguía la fabricación de aparatos de válvulas, pues la calidad del sonido que producíamos era muy superior al de los transistores... pero con el fin de la década de los sesenta, mis circuitos perdieron su calor al ser reemplazadas definitivamente por los fríos transistores.
A todo esto, la televisión ya me había desplazado de mi sitio preferente en el cuarto de estar y se había descubierto ya la grabadora de cintas de casette. Por ello, rápidamente incorporaron una grabadora de cintas de casette a mi estructura, y nació el radio casette grabador que para variar, se llamó popularmente radiocasette y adoptó todas las formas habidas y por haber: diseñaron modelos para los automóviles, otros con altavoces separables para escuchar mejor las transmisiones y grabaciones estereofónicas, miniaturas para que me llevasen colgado del cinturón, el walkman que ya conocen; mis circuitos se perfeccionaron, el dial se transformó en digital y cobró vida propia, pues la transmisión en Frecuencia Modulada permitió que le enviasen mensajes escritos desde la emisora: la hora, la temperatura, eslóganes, nombre de la estación... mediante el Radio Data System o RDS.
Radio DigitalTambién los reproductores de discos compactos, los minidisc y los reproductores MP3 se incorporaron a mi estructura, estructura de la cual yo solo soy una parte, pero esencial, ya que soy la única que funciona por libre; no necesito discos ni cintas para acompañarle con mi sonido, como antes, como siempre.
Estaba en marcha, llevándole las últimas noticias el pasado día ocho de Marzo, cuando poco después del mediodía, mis circuitos se sobresaltaron con una información que me afectaba más que directamente: se acababan de otorgar las primeras licencias para la nueva radiodifusión digital, del Digital Audio Broadcasting o DAB.
De nuevo me sentí vivo; ahora, de nuevo, tendrán que adaptar todos mis circuitos para permitirle a usted, amigo oyente, sintonizar con las nuevas estaciones; dicen que durante un periodo largo de tiempo, aún continuaré con mis queridas bandas de AM y FM... aunque creo que este es el principio de su fin.
El futuro, mi futuro, acaba de llegar, pero lejos de ser negro, tiene excelentes perspectivas. Ahora tendrá usted que ser quien se adapte a los nuevos tiempos. Habrá que reemplazar la aguja del dial por esos extraños menús interactivos, como los de las webs de Internet, para escuchar lo que desee en cada momento: ahora seré para usted una radio a la carta, y seguiré, como siempre, a su lado, sin pedirle, como siempre, nada a cambio.
http://www.enantenafm.net/articulos/historiareceptor.php
No hay comentarios:
Publicar un comentario